Tristar

Vino a él al romper el alba.
Entró con mucho cuidado, sin decir nada, caminando silenciosamente,
deslizándose por la habitación como un espectro, como una visión, el único sonido que
acompañaba sus movimientos lo producía el albornoz al rozar la piel desnuda. Y sin
embargo, justo este sonido tan débil, casi inaudible, despertó al brujo. O puede que sólo
le sacara de una duermevela en la que se acunaba monótono, como si estuviera en las
profundidades insondables, colgando entre el fondo y la superficie de un mar en calma,
entre masas de sargazos ligeramente movidos por las olas.